"Las Zapatillas Rojas"

Érase una vez una niña muy linda y delicada, pero tan pobre, que en verano andaba siempre descalza y en invierno tenía que llevar unos grandes zuecos, por lo que los piecesitos se le ponían tan encarnados, que daba lástima.
La chiquilla era huérfana y un día una anciana señora la vio, sintió pena por ella y decidió recogerla.
Le enseñó a leer, a coser y le compró ropa y zapatos nuevos.
Pero la mayor ilusión de la niña era tener unos zapatos rojos. La señora se negaba a comprárselos pues le parecían feos y de mal gusto.
Al fin una mañana consiguió sus zapatos rojos haciendo creer a la anciana, que no veía ya demasiado bien, que eran de otro color.
Con ellos puestos y más feliz que nunca acompañó a la dama a la iglesia.
En la puerta se había situado un soldado viejo, con una muleta y una larguísima barba más roja que blanca, quien al ver a la niña exclamó:
--¡Caramba qué preciosos zapatos de baile!! Ajústalos bien cuando bailes --y con la mano dio un golpe en la suela.
La niña no pudo resistir la tentación de marca unos pasos de danza, y he aquí que no bien hubo empezado, sus piernas siguieron bailando por sí solas, como si los zapatos hubieran adquirido algún poder sobre ellas.
Y bailando dio la vuelta a la esquina de la iglesia mientras el soldado se reía a carcajadas de ella.
Intentó quitarse los zapatos para tirarlos, pero estaban ajustadísimos a sus pies, y , aún cuando consiguió arrancarse las medias, los zapatos no salieron.
Y venga a bailar y bailar, sin poder detenerse, los zapatos la sacaron por la puerta de la ciudad y la guiaron hasta un oscuro bosque.
Se encontraba sola y asustada, y, además, el frío le helaba los huesos.
No paraba de pensar en la pobre y anciana señora que estaría buscándola por todas partes.
--¡Oh, qué mal hice en engañarla! - pensaba -.
Nunca debí comprarme estos zapatos rojos.
¡Daría cualquier cosa por poder estar con ella en casa, junto al fuego y sin estos odiosos zapatos!
En el acto los zapatos pararon de bailar. La niña no salía de su asombro: ¡ya no tenía que bailar incansablemente! Intentó quitárselos y los zapatos salieron suavemente de sus pies.
La chiquilla, feliz, los arrojó lejos de sí y volvió descalza a su casa. Nunca más quiso tener unos zapatos rojos.

Hans Christian Andersen.

MORALEJA:
Entusiasmarse con sueños imposibles e inalcanzables no sólo puede acarrear consecuencias impensadas, sino que volverá mas triste la realidad.

2 comentarios:

Unknown dijo...

En el recorrido que he realizado de la Literatura Infantil, sus representantes y sus obras, este cuento pertenece a Hans Christian Andersen.

Marta F. Estefan U.

R. Hsillo. D. dijo...

Martha, muchas gracias por tu observacion.Al principio tuve dudas sobre la propiedad de este bellisimo cuento. Cuenta con mi correciòn,
Saludos